Bucólico


Misterios órficos - Parte primera 


Una corrosiva inquietud le asaltaba cada noche, con la peculiar frescura que resultaba al pronunciar su nombre. Su cuerpo entero perecía, inmóvil, se estremecía con cada acibarada palabra que escapaba de su delicada boca.

Ella, dulce y serena, una tentación de inframundo de piel nacarada y ojos metamórficos, era la mujer más sugestiva y femenina con la que había topado. Sus escabrosas insinuaciones formaban parte de su cosmos. Él, impetuoso y algo más pasional, vivía embrujado por su inocente belleza, enloquecido por la sensualidad que desprendía con cada uno de sus movimientos.
Embaucados, recorrían la ciudad de noche, siempre de noche, haciendo apología de su libertad, de la locura que hechizaba sus vidas.
Aquella noche llovía y bajo un cielo desierto, sus rostros rielaban en cada luna de agua que anegaba las desoladas ramblas de la ciudad.
Ajenos al transcurrir del tiempo consumieron sus labios, sorteando el cliché de un amor perpetuo.
Las horas se convirtieron en minutos llenos de sonrisas rotas, de euforia derramada. Como Orfeo a su bella Eurídice, consiguió enamorarla con su voz melódica.
Ambos vivían bajo un simulacro endeble de control, maldiciendo cada óbice que irrumpía en su camino.

Todo sucedió en una milésima de segundo, entre una mirada lasciva y una sonrisa pícara. Creían haber ganado el mundo en una hora y todavía no sabían que podían perderlo en un minuto.




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